sábado, 25 de abril de 2009

El Zorro soy yo!

Si hay un lugar emblemático de la noche zaragozana, ese es el pub El Zorro. Para gustos los colores y, depende del rollo que te guste para tomarte tus copas dirás una cosa u otra, pero lo que es innegable es que El Zorro es sinónimo de Fiesta (así con mayúsculas) y de Buen Rollo.


Mi relación de amor con El Zorro comenzó ya hace unos cuatro años. Un lunes de agosto con un frío de tres pares de cojones, Víctor y yo llevábamos saliendo unos cinco días seguidos. Estábamos hechos puré y queríamos un sitio tranquilo en el que pasar la noche y darle a la cerveza con muchísima tranquilidad. Me acordé del Zorro, en el que había estado sólo una vez, presentando un videoclip de rap.


Cuando entramos nos sentimos como en casa. Un antro con luces bajas, paredes jodidas y mobiliario hechos trizas de tantas juergas. Luego estaban las pipas, todo un lujo en Zaragoza. Y el funky. Coño, el funky. Me sentí como si ese bar hubiera estado siempre esperándome. Convencí a El Panchi y a Álvaro de que era el Nuevo Bar. Con el Candela cerrado y hasta los huevos del Number One, debíamos buscar un nuevo centro de operaciones. Poco a poco los logré convencer y allí empezaron a conocernos. Esos Pilares nos los pasamos alli. Sí, todos los Pilares. Llegábamos a las 9 de la noche y nos íbamos a las 7 d ela mañana. Ya teníamos nuestra esquina, las camareras hasta nos la guardaban, y éramos parte de la fauna del Zorro.


Luego me dijeron lo de pinchar y claro, los lazos se estrecharon aún más. Cuatro años, el invierno pasado me lo pasé pinchando allí jueves y sábados, hubo momentos gloriosos. Yo pinchaba rock y había días en que hacíamos el Angus encima de la barra las camareras y yo, o que la gente salía a llamar a sus colegas para que vinieran porque hacía tiempo que no encontraban un garito con la música así (deberían haberse pasado por La Taberna del Holandés, ¿verdad Eus?). Grandes días aquellos... Sé que hay muchos que podrían decir que es poco tiempo para querer a un bar. Podrá ser corto, pero ha sido tan intenso que ha contado como el triple o más.

El 30 de agosto de 2007, El Panchi, Eduardo, Álvaro y yo fuimos al Nuevo Zorro. Casi me suicidio. El Zorro de los ojos azules. La misma música, la misma gente, pero la decoración totalmente distinta. Un sitio cool, parece un bar de poperos. Hasta daba palo tirar las pipas al suelo, joder está todo tan pichin... Lo comenté con Asun, ella me dijo que le daba miedo que empezaran a venir pijos. Yo no pensaba que vengan, pero fue una decepción enorme.

Sin embargo, no ocurrió ningún mal presentimiento. Todo lo contrario. El Zorro mantuvo (y mantiene) su espítiru contra viento y marea. Lo que pasbaa es que en el viejo Zorro te sentías en casa porque era un antro, con su puerta de mierda, sus cristales hechos polvo, su mugre, su estilo ecléctico fruto de algún colocón...

Mi hermano lo decía: es que vas y te sientes a gusto. Es como ir al Salas en el Picarral, al Artigas en Escosura, al Clarisas en Carabanchel o al Hortaleza en la calle del mismo nombre. Son antros, sitios mugrientos, donde la suciedad y la demencia campan a sus anchas. Unos pequeños paraísos. Odio lo cool. Odio la mierda esa de bares iguales, como sucursales del mismo pijerío. Como franquicias de fast food para servir cerveza y pop de mierda. No tiene porqué ser todo así de perfecto, la gracia está en que los sitios donde puedas sentirte persona sean garitos tan desordenados, hechos mierda y jodidos como tu cabeza. Simbiosis con el ambiente...
Por eso, El Zorro es el mejor garito donde insuflarte una buena dosis de nocturnidad y alevosía. Una noche allí equivale a experiencias. Si no has hablado con la mitad del bar, es que no has ido al Zorro; si no terminas por hacer amigos, es que estabas en otro sitio; y si no te lo has pasado en grande, es que ni siquiera estabas en Zaragoza.
Sólo porque se encuentre donde se encuentra, en los bajos del Caracol (Centro Indepencia), merece la pena. Da gusto llegar hasta allí y sentirte entre caras conocidas y gente de puta madre.
Estoy deseando volver.

sábado, 4 de abril de 2009

El Templo del Gato

Para todos aquellos que les guste el rock, la música fuerte y un ambiente de locura, existe un lugar en Madrid que no deben perderse. Situado en la calle Trujillos 7, El Templo del Gato parece sacado de un videoclip de los Motley Crüe del año 88. Alambradas, bidones, teles viejas... y en el centro una mesa de billar, todo iluminado por neones y colores chillones. No en vano, desde el exterior tiene aspecto de puticlub, pero en el interior, con su cuidada decoración, sus baños repeltos de grandes mensajes y el aspecto rockabilly del dueño y los camareros, hacen que tomarse allí unas cervezas sea un revival de rock del bueno. El otro día, coincidí allí con todos los que salían del concierto de AC/DC (al cual no pude ir, mierda puta) y exitazos de los australianos sonaron durante toda la noche y, sí, hice el Angus bien a gusto.

Precios un poco caros para la cerveza, aunque los cubatas están a 6 pavos, cosa rara en Madrid. A pesar de que del garrafón no se salva nadie (al día siguiente me quería morir), merece la pena visitarlo. El dueño, con ese aspecto de dandy sureño y el cashier, con ese aspecto de haber salido de Bad Taste, redondean la noche. Si encima vas con tíos grandes como Víctor y cantas temazos como Nazis buenos, que se suman a greatest hits del pasado como Pensionista terrorista, Sionista terrorista, Anticristo Jesucristo, Antipapas me la mamas, Saca el tigre o Panadero farlopero, hacen que la noche sea redonda.